La palabra “apóstol” proviene del griego (άπόστολος) y significa “enviado”. Es aquel que ha recibido un encargo, la misión de ser mensajero o embajador. El apóstol no actúa en nombre propio, sino que representa a aquel que le envía. Dentro de la tradición cristiana identificamos apóstol y misionero

En el Nuevo Testamento se utilizó este término para designar a los discípulos más cercanos de Jesús, especialmente a los Doce. Pero también se llamó así a algunos otros seguidores, siendo el  más significativo Pablo de Tarso. Por tanto, no se llamaron sólo así a quienes convivieron con Jesús de Nazaret, sino también a otros discípulos posteriores (ej: Timoteo, el colaborador de Pablo; Bernabé; Matías, etc)

Podemos afirmar que el primer apóstol es Jesús de Nazaret. El fue enviado por Dios Padre, portador de una Buena Noticia que traía vida y salvación. De su envío participaron los Doce al recibir el mandato misionero (Mt 28: “Id a todos los pueblos”) y así también nosotros. Por el Bautismo nos incorporamos a este envío que nos trasciende y nos vincula al sueño de Dios. 

Quizá hemos oído que los obispos son los legítimos sucesores de los apóstoles. Así se vive no solo en el catolicismo, sino también en el mundo ortodoxo, copto así como en otras iglesias orientales. Es lo que se denomina Sucesión apostólica. Se trata de una manera de expresar que la autoridad del ministerio del orden deriva de los apóstoles. 

Dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium  que “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 20). Por tanto, ser apóstol no es algo para unos pocos escogidos sino que algo inherente a la propia experiencia de encuentro con Dios. Tener experiencia de El implica sumarnos al impulso del Espíritu por anunciarlo y contagiarlo a otros. 

Ser apóstol no es solo cuestión de palabras sino que supone un verdadero estilo de vida, una forma de estar y situarse ante las circunstancias, dando testimonio también con nuestras obras y opciones. No se es apóstol de manera excepcional el día que proclamas de forma rotunda una verdad de fe, sino que  lo somos en el día a día, cuando vivimos y compartimos que Dios está presente en el mundo y cómo la vida se transforma cuando El se hace presente.

¿Cómo ser apóstol en el día a día? Algunas sugerencias

  • Haz de la alegría tu temple vital. La alegría que brota de saberte en las manos de Dios, valioso para El, portador de una gracia que te ha alcanzado y no es tuya
  • Mira a las personas con la mirada de Dios. Pregúntate siempre cómo las mira Jesús y cómo  se acercaría El a ellas, cómo sería su escucha, ayuda, complicidad…¿Qué haría Jesús? ¿Qué diría Jesús? ¿Qué acontecería con El?
  • Descubre en las personas que te rodean a buscadores de plenitud, al igual que tú, aunque sea por distintos caminos. Aprende a reconocer lo que une, lo que compartís y lo que se puede hacer juntos.
  • Reconoce tu propia necesidad de conversión y de ser cada día evangelizado. Te ayudará a situarte con los demás de igual a igual, con humildad. La fe no te hace superior sino servidor, más consciente de tu vulnerabilidad
  • No tengas miedo a compartir tu propia experiencia de Dios. Busca formularla con imágenes y palabras que el otro pueda entender y con las que pueda sintonizar.
  • Cultiva la certeza de que Dios sale al encuentro de todos y que cada persona que te rodea, allí donde está y como está, puede experimentarle. Las dificultades y los impedimentos no tienen la última palabra
  • Pregúntate cómo ha de ser la forma de ser misionero y apóstol según las circunstancias que te rodean. Puede ser anunciando de manera creativa la fe y convocando a una experiencia de encuentro con El; o quizá irradiando con tu vida los valores Evangelio; o atrayendo hacia una experiencia de comunidad; o quizá denunciando las injusticias o transformando la realidad con tu compromiso

Si te descubres apóstol y misionero, tu forma de afrontar la vida será otra. ¿Te gustaría vivir cada vez más consciente y comprometido este envío de Jesús al mundo?