La palabra solidaridad ha sido siempre una palabra muy utilizada, incluso me atrevería a decir que bastante manoseada. Tanto, que creo que a veces ha perdido su verdadero sentido y significado. 

Si buscamos la palabra Solidaridad en el diccionario podemos comprobar que tiene varias acepciones, pero permitidme que me quede con la definición que propone la Doctrina Social de la Iglesia: “se entiende por principio de solidaridad la consideración del conjunto de aspectos que relacionan o unen a las personas, la colaboración y ayuda mutua que ese conjunto de relaciones promueve y alienta”. Ante esta definición vienen a mi cabeza unas palabras sabias y profundas de Pedro Casaldáliga, que me gustaría fueran marco para esta sencilla reflexión, sobre claves para cultivar una verdadera cultura de la solidaridad:

“Unidos en el pan los muchos granos,

Iremos aprendiendo a ser la unida

Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.

Comiéndote, sabremos ser comida…

… El vino de sus venas nos provoca.

El pan, que ellos no tienen, nos convoca

A ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria…”

Nos encontramos injertados en una sociedad que necesitamos conocer bien para poder responder a las distintas necesidades y problemáticas, que se nos van presentando tanto personales como comunitarias. En una sociedad donde todo se nos vende a través de los sentidos, a veces resulta difícil descubrir dónde están nuestras pobrezas y las de aquellos que nos rodean. 

Conocemos desde nuestra persona, desde nuestro ser y estar, en un momento histórico y lugar determinado, con todo lo que somos y tenemos, y, por tanto, no somos neutrales. Nuestro conocer está influenciado por prejuicios, clichés, esquemas culturales y sociales.  Ante la realidad que tenemos ante nuestros ojos, se hace necesario ir más allá y reflexionar, llegar a las causas que generan los problemas, cuestionar… Es importante no responder a medias o poner parches y que nuestra ayuda llegue al fondo, y así no generar dependencias y soluciones pasajeras.  Se trata de un estilo de vida, que se llama cristiano. Tanto la oración, como la reflexión, como la formación, tienen que partir de ese conocer que genera un nuevo estilo de vivir y de afrontar las distintas situaciones a las que nos enfrentamos en el día a día y a las que se enfrentan muchos otros, algunos cercanos y otros más lejanos. 

Con estas sencillas palabras os quiero invitar a no dejar que la vida pase por nosotros, y lanzarnos a pasar nosotros por la vida. Esto es vivir en clave de solidaridad, poniendo la mirada en aquellos que peor lo están pasando, personas cercanas o lejanas que están sufriendo. Son ellos los que fuerzan el desarrollo de una auténtica cultura de la solidaridad en la historia, por el hecho de ser amados preferencialmente por Dios.  A través de ellos Dios nos ha llamado y nos ha elegido para poner todo lo que somos y tenemos a su servicio. A través de la creación de proyectos, de los sueños y deseos, del fortalecimiento de la experiencia de comunidad, Dios crea una verdadera red de solidaridad. Esto hace necesario someter nuestra espiritualidad y nuestra fe a la dura prueba del sufrimiento humano.

En contraste y el choque con tantas formas de sufrimiento y limitación humana que nos encontramos, hace que la experiencia espiritual se haga más verdadera y humana, más capaz de ayudar a los que sufren. También, muchas veces, esa experiencia espiritual se hace más austera, más discreta en palabras, más honda en sentimientos y más consciente de la gracia necesaria.

Evidentemente, en contraste con el sufrimiento, muchas cosas se ponen en cuestión y surgen muchas más preguntas que respuestas. ¡Y qué bueno es eso de las preguntas, aunque en ocasiones no nos resulte nada fácil convivir con ellas a quienes estamos acostumbrados a pensar que la fe tiene respuestas para todo! Nos vemos entonces obligados a hacer una peregrinación interior que nos va a hacer, a la vez, más humildes y más sabios.

A través del Antiguo y del Nuevo Testamento podemos ir encontrando claves que nos ayudarán a descubrir aquello que genera pobreza, sufrimiento, dolor, grito, silencio… y sobre todo nos dará la claves para dejarnos transformar y saber situarnos ante la realidad del que sufre hoy y exige una verdadera respuesta. Se trata de entrar en un modo de relacionarse en el que concurren el pensar, el sentir y el hacer que nos mete de lleno en un estilo de vida en continua salida.  

Tengo que dar gracias, porque gran parte de mi vida he estado cerca de aquellos, que me han ayudado a entender lo que significa la palabra solidaridad. Ellos me han ayudado a ampliar la mirada y ver más allá de lo que tengo delante. Han transformado mi pensamiento, mis sentimientos. Me han enseñado a sentir con el corazón del otro, a dejarme cambiar y salir de mí misma para vivir experiencias de diálogo, diversidad y riqueza de vida. Con una confianza clara de que no vamos solos, que siempre Dios nos une a compañeros de camino, que hacen más llevadero los baches que nos vamos encontrando. Celebrando la vida en torno a una mesa que es banquete, fiesta, alimento que fortalece y da sentido, donde los principales protagonistas son los vulnerables, los frágiles, los solos, los pobres….