Jesús no emprendió su misión de modo solitario, sino que decidió formar un grupo de amigos y colaboradores: los apóstoles. Ellos no eran solo seguidores, sino hermanos con los que compartir la palabra de Dios, el pan, las vivencias apostólicas y la amistad. Jesús tenía una relación cercana y fraternal con ellos. No solo los formaba, sino que los hacía participes de su misión.
La diversidad de los apóstoles
Jesús escogió a los doce apóstoles uno por uno. Los fue llamando por su nombre, cada uno con su personalidad, historia y recorrido. Los llamó tal y como eran, con sus cualidades y defectos. Quería contar con ellos para una misión que les desbordaba, pero que había soñado que recorrieran junto a El. Jesús no los escogió basándose en sus méritos, sino por amor y en libertad. Jesus descubrió en su diversidad como grupo, una riqueza que aportar a la misión.
Pareciera que en ocasiones nos gustaría ver evangelizando a personas modelo, con cualidades extraordinarias que no enfrentan ninguna dificultad; pero el Señor nos llama personalmente contando con lo que somos y nos hace únicos. El conoce nuestras virtudes y debilidades. Lo que nos hace apóstoles no es tener cualidades extraordinarias sino un corazón apasionado por anunciar el Reino de Dios con Jesús y al estilo de Jesús.
Jesús hizo de un grupo peculiar y diverso una verdadera comunidad. Los amó de tal manera que les fue revelando los secretos del Reino y haciendo de ellos colaboradores al servicio del Evangelio. Esta tarea refleja la importancia del compañerismo y la colaboración en la labor evangelizadora. El Señor nos envía en conjunto, nos pide hacer equipo y, a pesar de nuestras diferencias, convivir y complementarnos entre sí.
La misión apostólica
Jesús envió a sus apóstoles a compartir lo que han visto y oído: anunciando la buena noticia, curando dolencias, quitando impedimentos…. Hizo de ellos testigos de su presencia y portadores de un mensaje de salvación donde todos son destinatarios. Se trata de una misión que traspasa las fronteras geográficas y temporales.
Hoy, podemos vivir la misión en nuestros ámbitos de vida, prolongando en el aquí y el ahora este deseo de Jesús de que todos se encuentren con Dios Padre. Te compartimos algunos ejemplos:
- Los apóstoles al estar con Jesús, experimentaron su amistad y fueron adoptando su forma de pensar y actuar. En comunidad, en la oración y en tu acercamiento a la eucaristía puedes ir experimentando y acrecentando tu relación con Dios, por eso es importante que lo vivas de forma constante.
- Jesús envió a los apóstoles a predicar el evangelio a todas las naciones. Actualmente puedes misionar en los lugares que habitas cotidianamente. No es necesario que cambies de nación, lo más importante es que con tus acciones, tu testimonio y gestos puedas reflejar la esencia de lo que el Señor ha hecho en tu vida.
- También el Señor los envió a ser sal y luz en el mundo, iluminando y compartiendo con los demás la alegría de la resurrección. Ser sal y luz es vivir y compartir las categorías del reino de Dios, es compartir, cuidar, colaborar y estar presente en la vida de quienes nos rodean.
Vive tu dimensión apostólica de la fe
Tienes la oportunidad de ser misionero y un aprendiz de apóstol con quienes te rodean. Basta con descubrir que vivir la fe implica compartirla y testimoniarla, basta con dejarte impulsar por la certeza que que puedes ser instrumento que posibilite que otros se encuentren con Dios.
Experimenta la alegría del amor de Dios y conviértete en testigo vivo de su amor y misericordia en todos los lugares que frecuentas; lleva la luz del evangelio a aquellos que se sienten alejados o confundidos, así como a quienes están atravesando tiempos difíciles; se sal que da sabor y sentido donde hace falta; sé prolongado de los gestos que tendría Jesús; aporta palabras que siembren encuentro, unidad, inclusión… ¿Cómo cambiaría tu vida y tu entorno si te dejaras dinamizar más por la dimensión apostólica de la fe?