La fe, siendo una experiencia profundamente personal, nos va vinculando a otros. La dimensión comunitaria es inherente a la experiencia de haber sido llamados por Jesús. El mismo se rodeó de una comunidad de compañeros con los que compartir el don recibido, las dificultades apostólicas, las intuiciones… Compartir nuestra fe con otros no solo fortalece e impulsa nuestra relación con Dios, sino que también enriquece nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean.
En este artículo queremos destacar la importancia de compartir la fe en un ámbito comunitario y cómo de esta forma se pueden impulsarnos a experimentarnos apóstoles y misioneros allí donde estamos.
Cómo una comunidad nos impulsa apostólicamente
Una comunidad es, en primer lugar, un lugar de referencia. En ella tratamos de cultivar la semilla de la fe, para que siga creciendo en cada una de las etapas de la vida. Pero una comunidad es también un lugar de pertenencia, donde vamos dándole un estilo propio a la vida cristiana. Cada realidad de Iglesia aporta unos matices que subrayan algunos rasgos de Jesús. La comunidad nos recuerda que formamos parte de la Iglesia de una manera concreta.
- Nos recuerda el envío de Jesús. La comunidad nos recuerda que la fe que compartimos es una luz que llevar a otros. En ella experimentamos la riqueza de una fe que se comparte y cómo eso ayuda a hacerla crecer. Esa vivencia hacia dentro buscamos posibilitarla en otros
- Nos recuerda que no estamos solos siendo impuso, inspiración y aliento. La comunidad es un lugar donde compartir dificultades y fracasos en nuestro intento de ser testigos de Jesús en medio del mundo. Allí donde quizá podemos sentirnos cuestionados, poco entendidos, incluso rechazados, al comunidad se convierte un lugar para curar las heridas del camino, un recordatorio que es importante salir de nuevo de la mano de Dios.
- Nos ayuda a discernir proyectos e iniciativas apostólicas. La comunidad es un lugar de contraste y diálogo donde compartir las intuiciones que resuenan fruto de la vida o en lo escondido de la oración. Nos ayuda a formular, a estar atentos a posibles tentaciones, a ir más allá, a descubrir mejor la presencia de Dios actuando.
- Nos ayuda a formarnos para dar razón de nuestra fe. La comunidad es también un espacio donde formarnos pastoralmente. Esto supone formarnos también intelectualmente, para comprender mejor al hombre de hoy y buscar juntos cómo estar de una mejor manera al servicio de la misión de la Iglesia.
- Nos reta a tener una presencia significativa en nuestros ámbitos de vida. La comunidad nos ayuda a crecer para reconocer nuestros propios dones y talentos, y cómo estos pueden estar al servicio del Reino De Dios. Nos reta a convertir lo recibido en un don para el mundo, nos impulsa a ser constructores de evangelio aquí y ahora.
- Nos hace equipo evangelizador. La comunidad es un equipo evangelizador, una comunidad de hermanos que hace misión y se siente misión también juntos. Hay sueños que solo podemos plasmar si los hacemos juntos, si los realizamos movidos por la convicción de que Dios nos ha unido por casualidad.
Vivir nuestra fe de manera acompañada nos impulsará a ser instrumentos de transformación en nuestro entorno. La dimensión comunitaria es necesaria para sentirnos capaces de llevar esperanza, amor y misericordia a quienes menos saben de Dios y peor lo están pasando. Si para Jesús sus compañeros fueron motivo de impulso misionero, ¿cómo no vivirlo así también nosotros?