“Honrad en vuestro corazón a Cristo como Señor. Estad siempre preparados para responder a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros”

(1Pe 3, 15)

El autor de la carta nos habla de una triple invitación: prepararnos, responder a todo aquel que nos lo pida y dar razón de la esperanza que hay en nosotros. ¿Por qué? ¿Es necesario el esfuerzo de capacitarme para hablar de aquello que confieso y creo? ¿Puedo dar respuestas partiendo de la situación de aquél que se dirige a mí? ¿Qué supone realmente dar razón de mi esperanza?

Dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza no es algo abstracto y general. No se trata de repetir ante otros unas verdades de fe aprendidas en el catecismo y que podemos enunciar o explicar sin más. Esta invitación nos implica un ejercicio más hondo y completo.

A lo largo de la historia muchos han entendido este “dar razón de la fe” desde una perspectiva de confrontación, como una necesidad de defensa ante un mundo hostil al Evangelio. Desde ahí se resaltaba la importancia de la apologética. Lo importante no era tanto una búsqueda conjunta de la verdad, sino resaltar las líneas rojas, acentuar las verdades inamovibles, defender los principios de la fe. Todo esto estaba movido por un deseo genuino de evangelización y de propuesta de la fe al mundo, pero en una visión donde se acentuaba la confrontación con éste.

Dar razón de la fe supone, en primer lugar, un ejercicio personal de formulación de la propia experiencia, atrevernos a ponerle palabras desde un lenguaje con el que pueda entrar en diálogo con otros. Supone atreverme a cuestionarme a mí mismo, a hacerme preguntas, a razonar mi propia experiencia huyendo de fórmulas aprendidas, la disposición a dejarme cuestionar por otros… Supone abrirme a lo razonable de la fe, que no solo bebe de sentimientos y mociones, es decir, poner mi cabeza a la altura de mi vivencia y mi corazón

En segundo lugar, implica una actitud de profundo diálogo, respeto, humildad y empatía con quien tengo delante. Quien me pregunta o al que yo me acerco, es un buscador como yo, alguien que desea poner en juego su libertad, que no cree por imposición o por inercia y desde ahí pregunta, interpela, cuestiona… Es tarea nuestra acogerlo como un camino compartido de discernimiento, de dudas y certezas, de búsquedas en el que ya Dios se está haciendo misteriosamente presente. A veces supondrá identificarme o significarme en un contexto que no comparte conmigo una misma visión de la vida y del mundo. ¿Cómo vivirlo como una riqueza que puedo aportar y donde la diferencia también me enriquece y me puede hacer crecer… y no como algo que me amenaza, me distancia, me acompleja, me hace “ponerme en guardia”?

Seguramente vivimos el día a día en contextos donde palpamos la increencia o donde ya no es tan habitual manifestar la fe. En esos ámbitos podemos y debemos sentirnos Iglesia, viviendo como una gracia poder razón del Dios de la Vida y del Amor. Seguramente  muchos de ellos ya no se acercarán a la parroquia u otras realidades de iglesia. En nosotros está la tarea de capacitarnos, de vivir esta  posibilidad de dar razón de nuestra fe con valentía y humildad, de forma madura y propositiva, sabiéndonos también aprendices, en camino, y con muchos interrogantes.